sábado, enero 10, 2009

Mateo cuando era Nicola

La mentira no permanece en la muerte, él lo sabe, yo lo sé, y sin duda alguna Nicola lo sabe. El todo poderoso protagonista de esta epopeya histórica, en lo que a lo humano se refiere, conoce todos los vericuetos del ser. ¿es la muerte la salida a esta terrible agonía?¿ o es seguir viviendo la respuesta a mis plegarias? ¿significa la oscuridad una entrada hacia la libertad? Caerse al cemento frío, dejarse caer, flotar un instante en el aire hasta destrozarte hasta el último de los huesos del cuerpo. Un solo segundo de tranquilidad, no sientes nada salvo los huesos rotos. La pregunta solo puede ser CUANDO. Me encantaría estar hecho a “prueba de balas”, saber que no voy a morir tarde o temprano, superar el miedo a lo desconocido. La enfermedad no está comiendo las entrañas, me come por dentro como nada lo haya hecho en esta vida. No hay nada, no hay amistad, no hay amor, no hay paz ni un solo momento del día, todo parece perdido mientras permanezco inamovible en mi sillón verde-amarillento. Doy un paso hacia las catacumbas, pero ya no siento nada. No recuerdo lo que significaba sentirse sano, no me acuerdo de nada. Viento del norte me golpea la faz y un dulce musiquilla se oye en la lejanía. Una anciana abre la puerta de su casa con un perro en brazos. Todo era mentira y yo lo no lo sabía. Quería saber pero mi cuerpo no me dejaba. Uno empieza de 0 condicionado ante el sufrimiento; conclusión: ya no empieza de 0. Empieza de menos un millón. Hablo con la anciana mientras su perro no deja de ladrar. Me he convertido en un espíritu que deambula sin norte. Hablo con ella durante un breve espacio de tiempo mientras mis huesos terminan por desquebrajarse. Mis pulmones de porcelana acaban de explotar y esputo sangre aliñada con partículas horrorosas. Tengo miedo y se nota. La anciana sigue hablando y el perro gritando. Ella grita pero ya no escucho nada. Mis ojos se van cerrando a la vez que las voces se me hacen cada vez más y más lejana. El fantasma de los tiempos pasados se posa sobre el árbol adyacente a la casa de la anciana mientras me muestra en una décima de segundo mis oportunidades perdidas. Mis ideas sobre política, la sexualidad y los amigos de la infancia se desvanecen con el paso de los segundos que separan la vida y la muerte. Desaparecen en el preciso instante, congelado en el paso de grado, que la anciana me sigue vociferando al oído. Pero, ¿se cayó de la azotea o simplemente se ha suicidado? Las zapatillas en el balcón atestiguan la verdad incómoda pero angosta de la auto-muerte. ¡ deja de susurrarme al oído tantas tonterías! Tengo miedo y ya no me molesta resoplarlo y que todo el mundo se percate de mi inocencia. ¡para de susurrarme al oído palabras de felicidad! Ya no existe felicidad en mi.
Todos y cada uno de nosotros sabe el affaire de mi vida. ¡déjalo ya! ¡para de gritarme al oído! Me hace daño, tengo miedo, no quiero morir… no todavía. ¡por favor! ¡páralo ya, Dios! No me acuerdo ya de cómo era.
Era un suicidio. Me desabrocho las zapatillas, miro a la anciana, cojo carrerilla desde la habitación, me apoyo en la barandilla. ¡no grites más!

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Demócrito dixit: "Hay hombres que trabajan como si fueran a vivir eternamente." y sin embargo, saber que hay un fin, nos obliga a buscar la finalidad.

No saltes, Fabio; acabo de encender la chimenea.

5:00 p. m.  
Blogger fabio said...

nunca pensé en saltar. Solo divago sobre mi conción humana. Pensar en el suicidio no significa QUERER suicidarse. Plantearse como será, no quiere decir que vaya a suceder. Aunque nunca se sabe...

11:51 a. m.  
Blogger Fernando said...

Estoy con Fabio, yo también pienso en el suicidio de vez en cuando, pero eso no significa que necesite ayuda psiquiátrica... ¿o sí?

6:51 p. m.  

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