domingo, marzo 23, 2008

EL CAJERO


Llueve, truena y no escampa en nuestros corazones. Miles de metros cúbicos se precipitan sobre el cielo encapotado mientras me pregunto qué hacemos realmente aquí, tan solos, tan sensibles, indolentes. No puedo evitarlo y miro de nuevo al cajero del BBVA donde reside (ya no pernocta) un vagabundo andrajoso. ¿se ha hecho él mismo con su propio sudor insoportable o lo hemos hecho, nosotros, despreciable ante nuestros ojos? Igual él y solamente él ha completado su gran misión de la vida con una simpleza que asusta. Últimamente me resulta difícil leer por la calle con tanta humedad. Leo en todas partes para no ver la podredumbre que me rodea. Envidiosos que desean aquello de lo que carecen y nunca serán felices. ¿la meta del ser humano es la felicidad o la tranquilidad? Donde yo veo oportunidad, ellos ven tristeza y amargura. Pero mi necesidad va más allá de lo físico, más allá de lo trascendente. Necesito dinero, aunque sean unos cuantos euros, para poder pagar mi entrada en el cielo del Señor. Necesito billetes de nueva cuña, pero existe un obstáculo en mi camino. No pasa nada, tranquilo, sois sage!, no es necesario pisarle la cabeza literalmente para conseguir el objetivo final. Abro la puerta con una tarjeta de invitación a una conferencia sobre desarrollo sostenible ( no he olvidado que toda puerta de banco se abre con cualquier objeto plano e impávido) y me convierto en moderador de un dialogo de besugos que podría ser fácilmente olvidable si no es por el miedo que desprenden sus ojos. Me asomo al río frío, cristalino en una mañana delicada otoñal y se refleja mi cara en el fondo. La luna no nos ha abandonado todavía cuando de repente, sin querer evitarlo, descubro que la imagen tiene algo que ver con mi infancia. Una imagen de una niña con la cual no he vuelto a tener ninguna relación desde los 7 años. Ella lleva una trenza rosa en el pelo. Su sonrisa pícara es una dulzura que perdurará en mi memoria con el horror de la muerte. Ya no recuerdo el vestido que llevaba aquella tarde, víspera del entierro de la sardina. Hacía calor entre las sábanas y jugábamos sin temor a equivocarnos. Ahora, miro con detenimiento el pasado y escarbo en la soledad de aquella imagen que se refleja hoy en los ojos de un vagabundo desconocido en una calle cualquiera de la ciudad de mis amores. Por supuesto que no es una ciudad justa, y para los que no tienen techo es mucho más injusta. Entonces, veo a la pequeña amiga del alma con 7 años. ¡Hoy sería la mujer más deseada del mundo! Y me doy cuenta que está muerta y enterrada como yo, como la ciudad, como mi trabajo, como las cosas a las cuales doy cada día importancia cuando en realidad carece de ella. Parece que fue ayer cuando la besé por última vez en la mejilla. Un beso inocente en la mejilla. Un amor verdadero y nunca podrido. El sabor de la muerte en la mejilla. Sabía que la vida del vagabundo no valía nada cuando entré en el cajero, pero jamás pensé que acabaría siendo yo el verdugo de su inmadurez. ¡Alguien tiene que pagar el pato! Prefiero que sea él y no yo. Prefiero que sea la niña y no aquel rapaz que fui. Anhelo la esperanza de volver a verla. Volver a abrazarla, tenerla entre mis brazos. ¡Amiga, por Dios, Vuelve!

1 Comments:

Blogger Fernando said...

Es muy bonito Fabio, deberías enviarlo a alguna editorial, nunca se sabe. Ten en cuenta que si un escritor con tan poco talento como Pérez-Reverte ha conseguido triunfar tan facilmente tú lo tienes que tener mucho más fácil con el gran talento que atesoras, lo único que te queda es maquillar los textos un poco, ya sabes que nos domina la Oclocracia...

9:27 a. m.  

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