jueves, diciembre 31, 2009

187 metros cairotas


187 metros cairotas

Cairo tower. Increíbles medidas de seguridad para acceder a su interior. ¿la entrada? 70 libras egipcias que son más o menos 10 euros. Mucho dinero en España. Mucho más en El Cairo. Una ciudad donde el sueldo de un policía puede ser de unos 300 euros. Lujo a más no poder, 7 de la tarde. Ya es de noche y estoy agradablemente acompañado por 4 preciosas mujeres, aunque ninguna es mon amour, lamentablemente. Subimos en el ascensor que nos conduce hacia el cielo cairota. Y nos adentramos en el restaurante panorámico desde el cual se divisa toda la ciudad de noche, con todo su esplendor. Luces, ruido ,caos, el río nos rodea nos envuelve, lo hace sin duda más precioso. Salvo el Nilo, todo está iluminado. No se ven las pirámides, no me importa. Diviso en la lejanía el Sheraton, hotel precioso y donde me alojo en la 19ª planta. Las vistas no son para nada comparables. Ni siquiera la compañía. EL camarero en un inglés macarrónico me advierte que la consumición mínima ascenderá a 30 LE, tomemos lo que tomemos. ¡perfecto! No he venido ni por el precio, ni por la consumición. Sólo por las vistas y la compañía. Elijo sin un ápice de duda metafísica un Latte machiatto. La noche se entremezcla entre la música ambiente de Julius Iglesias, cantando en inglés ni más ni menos. No obstante, Julio implica un carácter de calidad. Porque el sitio, las vistas, las mujeres que me rodean, la música e incluso el Latte es de calidad. El único que desentona allí soy yo. Yo soy la única nota discordante. “this guy is in love with you” suena sin cesar y se entremezcla entre manera con la paz rebosante del momento tan maravilloso que quiero saborear hasta la última gota del Latte. “i need your love, i want your love. Say you’re in love…” Suena como nunca en la voz de Julio. Y es que Julio, por unos instantes, me recuerda a mi padre. Y me apetece más que nunca que me acompañase y disfrutase de la mirada furtiva. Es la melancolía que me atrapa. Cuando algo bueno sucede no se puede sino acordarse de los seres queridos. Es nochebuena, aunque en un país musulmán casi ni lo parece. Es increíble lo diferente que somos. Tan lejos, tan cerca de mi corazón. Y perdurará en el tiempo, durará en mi memoria hasta que me muera como tantos y tantos recuerdos. Quién dirá lo que lo echaré de menos, no sé. Nadie lo sabe.
Y el camarero, como buen cairota, se siente culpable de cobrarnos tanto dinero por tan poco e insiste y persiste para consumamos alguna pieza más hasta llegar al precio prohibitivo de 30 LE. Resistimos la envestida una y otra vez hasta que aparece con unos trozos de tarta recién hecha. ¡no! ¡ a eso no me puedo negar! Y accedo al chantaje entre risas. Mientras tanto, sigue sonando la misma cantinela. Claramente perceptible. Ha bajado la temperatura, sin casi notarlo han caído 10 grados en un segundo. Y es que un segundo es un espacio de tiempo enorme cuando se disfruta de la encarnación placentera de la felicidad. Por recuerdos como éstos sigo adelante, más que nunca me aferro a un clavo ardiendo. Y este clavo me gusta, arde pero me gusta. Será porque le he cogido cariño al dolor. Y sufro en silencio la ausencia del ser querido. Aunque sea en la mitad del jodido desierto del Sahara. El desierto más caluroso del planeta. Es hora de dejar que termina el día, habibi. Que termine en silencio, tal y como empezó. En penumbras. Pero con el recuerdo de la noche cairota.